

tl;dr 6.5/10
Hay un punto en la vida en el que uno aprende a elegir sus batallas. Los excesos y la comida grasosa pasan a ser un gusto ocasional, una vez cada semana o dos, lo cual inevitablemente afina el juicio: lo bueno se disfruta más, y lo mediocre se vuelve más evidente.
Con esa disposición llegué a Los Gorditos, sobre Sanzio. El local es amplio, con mesas impolutas, servicio atento y un menú variado que promete más de lo que termina por cumplir.
Como es costumbre, pedí primero el pastor. Había trompo, sí, pero no fuego. La carne lucía desteñida, apenas sonrojada, como avergonzada de sí misma. El verdadero villano no era el adobo, al menos no del todo, sino el taquero, que negó el elemento esencial: el calor directo. No es lo mismo cocinar a la plancha que dejar que la carne se bañe en sus propios jugos mientras el fuego carameliza capa tras capa. Aquí, en cambio, parecían seccionar el trompo en partes y terminarlas en la plancha. Un trompo apagado es un recordatorio de que la técnica no es un adorno, sino el corazón del pastor. Y sin corazón, no hay taco que trascienda.
La tripa, en contraste, cumplió: buen dorado, sabor correcto, sin mayor alarde pero efectiva. Lo mismo el chorizo, quizá de lo más rescatable de la noche.
El suadero, carne noble por naturaleza que pide poco más que paciencia y calor constante, resultó blando, pero con un sabor dominado por la grasa.
El bistec, en cambio, fue apenas un relleno, sin carácter, un taco que está porque tiene que estar.
Las salsas son variadas, aunque ninguna memorable. Las acompañan con doraditas y cebolla, que probé hasta el final, y quizá allí descubrí la pieza que desequilibraba el conjunto: la tortilla. Amarilla, gruesa, demasiado absorbente para carnes grasosas. En lugar de sostener, parecía tragarse el sabor, apagando lo que el taco debería resaltar.
Me fui con la sensación de que los tacos estaban a un detalle de ser memorables: un fuego encendido, una tortilla distinta, un poco más de intención. Pero cuando no te puedes dar el lujo de comer taquitos tan seguido ese “casi” los condena. Y en la memoria, lo “casi” suele desvanecerse más rápido que lo malo.
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