tl;dr 4/10

Un refrigerador vacío, una noche sin ganas de cocinar o un antojo de medianoche suelen llevarme a decisiones impulsivas.
Hoy, el poco tráfico y el letrero encendido de Tacos Gascon me parecieron suficiente argumento. Tiene un nombre fácil de recordar y un menú amplio, de esos que intentan complacer sin prometer mucho. No esperaba gran cosa, pero aún así, algo en mí quería ser sorprendido. Al final fue un lugar que se visita por necesidad más que por antojo.

Pedí como siempre: un taco al pastor, mi prueba de fuego; me sirve como brújula y punto de comparación. El servicio fue rápido, pero en cuanto lo vi supe que no habría revelaciones. Carne en cubos, sin trompo, sin costra, sin color. Una versión deslavada de algo que debería ser insignia. Una mordida confirmó lo evidente, todo mal.

Después vinieron el bistec, el chorizo, la carnaza. Todos correctos, todos planos. Tacos que alimentan el cuerpo pero no el alma. El suadero fue el más desconcertante: seco, apagado, más parecido a carnaza al vapor que a algo confitado en su propia grasa. Y la tripa, picada y cocida, sin dorado ni carácter.

Las salsas eran varias, sí, pero ninguna memorable.

Eso sí, el servicio fue amable. Atento. Uno de esos gestos que, cuando la comida no acompaña, se agradecen más de lo habitual.

Salí con el hambre resuelta pero sin nada que recordar. Tacos Gascon cumple, como tantos otros lugares de paso. Pero no deja historia. A veces eso basta. Pero no siempre.