
tl;dr 3/10
Llegar de pasada a unos tacos callejeros es una de esas experiencias simples pero reconfortantes: matar el antojo con un taquito de dos mordidas y una Coca bien fría se compara con pocas cosas en la vida.
Esa noche encontramos un puesto de lo más tradicional: un carrito metálico en la esquina, una fila de unas diez personas y otras veinte o treinta comiendo de pie. A simple vista, prometía.
Pedí lo habitual: pastor, suadero, tripa y bistec. Sin rodeos, lo mejor de la noche fue el refresco. El pastor, una vez más, en trompo, pero apagado, con un sabor a chile indefinido que anulaba cualquier otro matiz; un suadero lleno de membrana; y un bistec que, aunque uno no espera buena calidad en una taquería callejera, al menos debería mostrar algo de técnica. Aquí no hubo ni una ni otra.
Mención especial para la tripa: chiclosa, pastosa y sin limpiar. Entiendo que así se prepare comúnmente en la zona, pero incluso dentro de ese estilo, la ejecución fue deficiente. No pude terminarlo.
A unos pasos del puesto había una nevería; la recomiendo solo para intentar lavar el recuerdo de una cena, simplemente, mala.
Desconozco el motivo de su popularidad, ubicación o precio, quizá, pero una cosa es cierta: ni la calidad ni el sabor son parte de la fórmula.
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