tl;dr 6/10

Hay algo surrealista en buscar un taco al otro lado del mundo. Uno no lo hace estrictamente por hambre, sino por una necesidad de anclaje; de encontrar una grieta en lo ajeno por donde se cuele lo familiar.

A unos pasos de la “Cat Street” en Harajuku, escondida entre insignias de moda, cafés de especialidad y tiendas vintage, se encuentra Taquería 3 Hermanos. Es una más de la ola de taquerías que ha golpeado Japón recientemente, pero esta tiene una credencial distinta: el respaldo de Yamato-san, quien presume “escuela chilanga”, y un equipo operativo de mexicanos y latinos. Eso, de entrada, genera una expectativa distinta a la de las otras opciones.

Lo primero que golpea es la estética. Mesas de lámina, bancos modestos y una barra pegada al comensal. No se siente como un parque temático, sino como un intento honesto de replicar la atmósfera de una taquería de barrio. El menú sigue esa línea de simplicidad: bistec, arrachera, lengua y poco más. Sin inventos raros, aunque va variando de vez en vez.

Aquí debo hacer un disclaimer necesario: juzgar estos tacos con la vara estricta de México sería injusto, casi cruel. Las limitantes de ingredientes son una realidad insalvable. Dicho esto, el sabor compite. No despunta, no te va a cambiar la vida, pero se defiende con dignidad.

Parte del “truco”, y del encanto, es la nostalgia. Encontrar algo tan similar a casa a miles de kilómetros inevitablemente nubla el paladar. No, no están cerca de ser tus tacos favoritos, ni tienen la profundidad de una salsa de molcajete bien ejecutada, pero logran arroparte después de semanas de sabores ajenos. Funcionan más como refugio que como experiencia gastronómica pura.

El golpe de realidad, sin embargo, llega con la cuenta. Comparar precios con casa es un ejercicio de masoquismo, pero incluso bajo estándares locales, el costo es elevado; muy por encima de lo que pagarías por un buen ramen o un bento completo en cualquier konbini. No es precio de comida callejera, aunque la estética lo sugiera.

¿Vale la pena? Sí. Pero hay que cruzar la puerta con la mente abierta, consciente de las limitaciones geográficas y buscando, más que la excelencia técnica del taco, un momento de familiaridad en medio del caos ordenado de Tokio.